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Los alumbrados, una tradición que no muere

Por: Manuel Tiberio Bermúdez

La tradición del día de las velitas, como la llaman hoy, o de los alumbrados, como decíamos antes, se pierde en el transcurso de los años. Lo cierto es que esta es una tradición que tiene un gran arraigo entre toda la gente de Colombia.

Yo, que soy montañero gracias a Dios, no olvido por estas fechas el ajetreo que despertaba en mi pueblo, Caicedonia, la llegada de los días del alumbrado (porque allá, eran dos días seguidos en los que se prendían velitas y faroles a la Virgen). En efecto, días antes a la noche del 7 de diciembre, los adultos y con ellos una procesión de muchachos, nos íbamos a los guaduales cercanos a buscar las mejores guaduas para hacer los arcos del alumbrado. Cortada la guadua y conducida en medio de algarabías y recochas, los viejos de antaño, expertos en darle las formas más atractivas a las latas de guadua, las preparaban para, en cada uno de los espacios que hay en esta gramínea gigantesca, poder colocar las velas.

Los efectos finales del trabajo de aquellos hombres tenia los resultados más espléndidos el día 7 en que comenzaba el alumbrado. Cruces, cascadas de guadua, arcos multicolores formaban parte del espectáculo que se ofrecía a todos los oque recorrían las distintas calles del pueblo para apreciar los elaborados trabajos. Era una noche de unión familiar en la que se recorrían las calles para el disfrute: papá, mamá y la "chusma" disfrutaban inmensamente la noche. Este ejercicio se hacia tranquilamente pues no existía la patanería de los muchachos de ahora que se dedican a tirar bombas llenas de agua a cuanto cristiano se atraviesa en su camino.

Sin lugar a dudas, el alumbrado en los pueblos, constituía una oportunidad familiar que unía en torno a un deseo común: disfrutar de uno de los más bellos espectáculos del mes de diciembre. Miles de velas y faroles salidos de las manos ingeniosas y querendonas, resplandecían hasta altas horas de la noche en una alegre espectáculo de luces y colores.

Otro hecho importante era que, en esas noches, eran las únicas en las que las "señoras bien" se tomaban la licencia par ir a la "zona de tolerancia", y es que, precisamente, era allí en donde de una manera muy especial se había puesto todo el ingenio y la creatividad para realizar los más bellos arreglos en guadua y en donde con mas estética se colocaban los faroles. Era, como si a propósito, en esa zona vedada para las damas bien durante todo el año, se esforzaran por tener el más bello alumbrado del municipio.

Y hasta allí llegaban las familias del "centro" a dar una vuelta por "el barrio" o "zona de tolerancia" como se le denominaba. Las señoras miraban curiosas los arreglos y los faroles, pero de reojo y con mucho disimulo, trataban de ver a las mujeres que tan a menudo eran las culpables de las trasnochadas de sus maridos. Querían darse cuenta cómo eran esas mujeres que no se conocían por sus nombres de pila, sino, por unos motes que sonaban musicalmente extraños: la caderona, la chocoanita, la calarqueña, y varios etcéteras mas... en fin, sobrenombres que de vez en cuando escuchaban en esas charlas sobre" las vagabunderias de sus maridos".

Mientras esto sucedía, ellos, agachados no se atrevían a mirar hacia las puertas de los negocios que tenían nombres sonoros y exóticos: Balajú, Travesuras, Rosita etc., y no miraban porque, de pronto, ellas, las chicas del lugar, olvidándose que iban con sus espeosas los saludaran como siempre que iban a tomarse una cerveza: ¡Quihubo mijo!.

La noche del alumbrado trae recuerdos idos, nostalgia pro épocas que han cambiado demasiado, rostros que la vida se ha llevado definitivamente. Calles de Caicedonia que hoy en la distancia añoro y recuerdo.

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